El principio 6, de la declaración universal de los derechos del niño, aprobada hace 59 años dice así:

El niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión.

Continúa con otras cuestiones sobre el amparo y la seguridad moral y física. Pero me quiero detener en la primera parte. Porque en consulta veo a adultos que han crecido con seguridad física, moral, con comida y cobijo, con amor…pero sin comprensión. Esta última parte no es tan de sentido común como las otras.

Es decir, sabemos que hay que proporcionar ciertas cosas a un hijo: techo, comida, cuidados, amor… pero no todos consideramos el amor de la misma forma. Y no todas las formas de amar incluyen la comprensión.

Como decía, en consulta veo a adultos a los que no se les ha creído cuando expresaban algo. Fueron niños a los que no se les validaban sus emociones:

No llores por esto, es una tontería.

No tengas miedo por esto otro, eso es de bebés.

Si te enfadas yo también me enfado. Si lloras vete a tu cuarto y no molestes…

Y así un largo etcétera de situaciones en las que no se comprendía ni se respetaba la emoción y su expresión.

Han construido su personalidad de una forma menos sana que aquellas personas que pudieron desarrollarse siendo ellos mismos. Con límites, con disciplina, por supuesto, pero con respeto.

Comprender a un niño es una de las tareas más complicadas, y sin embargo la más importante que llevaremos a cabo porque de ello depende el sano desarrollo de otra persona que está a nuestro cargo.

No importa si no eres madre o padre, todos tenemos en nuestro entorno a algún niño, ya sea en lo personal o en lo profesional. Ayuda en la medida de tus posibilidades para transmitirle que le crees, que confías en sus capacidades, que puede ser él o ella misma sin miedo a ser juzgad@.  De eso depende en gran medida su bienestar emocional.