Todos hemos escuchado alguna vez que la elaboración del duelo tiene una serie de etapas por las que vas pasando, a veces en distinto orden, a veces nos saltamos alguna etapa, a veces volvemos a repetir alguna de ellas: Shock, negación, negociación, ira o rabia, tristeza, aceptación.  ¡Qué largo se hace el camino hasta llegar a la aceptación!

Todo comienza con el impacto inicial de la noticia, que en ocasiones se recibe incluso antes del fallecimiento, por ejemplo en el caso de enfermedades. Ese impacto inicial puede durar instantes o días, dependiendo de muchos factores, como lo inesperado que sea, qué estábamos haciendo cuando nos enteramos, si nos comunican la noticia o estamos presentes cuando todo sucede…

La negación no es más que el no podértelo creer, te resulta imposible de asimilar, «no puede ser», casi como si hubiera una equivocación. Y de ahí la negociación, un intento por cambiar las cosas que ya son irreversibles.

Soledad

Foto: Fco. José González Calvo

La ira la podemos dirigir hacia el causante o quien creemos el causante del fallecimiento: si somos creyentes, quizá a ese dios que lo ha permitido, si no ha sido una muerte natural, al responsable real. Podemos dirigir esa rabia hacia nuestro ser querido por irse, por dejarnos (aunque no haya sido voluntario), o hacia nosotros mismos, creyendo que podríamos haber hecho algo por evitarlo, por muy inevitable que fuera. Porque necesitamos encontrar culpables.

La tristeza no necesita explicación, nos invade ese dolor emocional que sentimos como físico. Las ganas de llorar al recordar los momentos buenos, los malos, un olor que nos transporta a un momento pasado, una canción. Esa persona lo impregna todo, está allí de mil maneras, pero ninguna de ellas nos consuela.

Te preguntas una y otra vez por qué. Y nadie responde, nadie puede responder.

En ocasiones bloqueamos todos esos sentimientos para no sufrir y simplemente pasamos página, apáticos, anestesiados, y seguimos con nuestras vidas como si nunca hubiera sucedido tal cosa. Pero tarde o temprano nos pasa factura. El duelo debe elaborarse, debemos pasar por ello aunque el dolor sea casi insoportable, hasta llegar a esa ansiada fase final en la que aceptamos lo ocurrido y aprendemos a vivir con ello, que no a superarlo. Aprendemos a vivir de una manera diferente. Parece nuestra vida de siempre pero no lo es, porque nos falta «ese alguien». Y aunque todo sea distinto, seguimos adelante.

*Si pasados 6 meses desde el fallecimiento nuestras emociones tienen la misma intensidad que al principio debemos acudir a un profesional.