Castigamos con comida (“te irás a la cama sin cenar”), premiamos con comida (“te daré postre”,”si te portas bien te daré gominolas”), nos sentamos ante una mesa llena para celebrar algo, si nos abandona nuestra pareja nos zampamos una tarrina de helado, vamos al cine o vemos una película en casa con un bol de palomitas, comemos pipas si estamos nerviosos…En definitiva, muchas de nuestras emociones están culturalmente ligadas a la comida.
Puede parecer anecdótico pero muchas personas regulan sus emociones a través de la comida. ¿Esto qué significa? Que en lugar de ser un trámite o un placer, para ellos ciertos alimentos ayudan a subir el ánimo o reducir la ansiedad. Pensemos en una persona que padece bulimia: se siente triste o nervioso, se toma una cantidad enorme de bollos para acabar sintiéndose todavía peor y terminar provocándose el vómito. Este sería un ejemplo extremo pero no está muy alejado de la realidad de muchas personas que no padecen ningún trastorno y sin embargo tienen un gran conflicto con la comida.
Como en el vídeo muchos de nosotros recurrimos a la comida en un momento dado como una ayuda para volcar nuestra tristeza. Si es tu caso debes saber que hacerlo de manera puntual no supone ningún problema. Todos hemos caído alguna vez. Sin embargo, si lo hacemos con regularidad debemos profundizar y preguntarnos qué nos está ocurriendo realmente y qué alternativas tenemos más allá de la comida. Puede ser un conflicto que debemos tomar las riendas para solucionar, o un estado de ansiedad que podemos reducir con ejercicio físico, una actividad placentera, una charla con un amigo, o incluso técnicas de relajación. Escoge la que mejor se adapta al momento, a tus circunstancias, a ti y actúa. La sensación después de haber acabado las existencias de productos golosos de tu despensa es bien distinta a la que tienes después de una conversación con un buen amigo o después de un largo paseo junto al mar. Puede que al acabar te sigas sintiendo casi tan triste/ansioso/enfadado/decepcionado como al principio pero al menos habrás sido el protagonista, el que actúa, el que se pone en marcha y no el que se deja llevar a la deriva de sus emociones. Y eso siempre nos hace sentir un poquito mejor.