Así de rotunda de muestro a veces en consulta cuando alguna persona me habla, idealizando, de algún amor pasado con el que compara al resto. O cuando se siente incapaz de romper una relación actual, tóxica, insana, por el hecho de sentir y saber que ama a la otra persona, y que lo sabe por eso que siente en la boca del estómago cuando no está con él o ella.
No amigos, lo lamento. Esas mariposas, esa angustia cuando no le ves, cuando no sabes qué hace o con quien, no se llama amor.
Las supuestas sensaciones que el enamoramiento nos produce, según cine, novelas, canciones, no es otra cosa que la activación fisiológica producida por la inseguridad. Esa inseguridad, esa inestabilidad, nos produce a su vez ansiedad.
Pema Chödrön cuenta en su libro Vivir bellamente una anécdota que nos ayuda a entender lo que os quiero transmitir. Ella tiene miedo a las alturas. Siente que le tiemblan las piernas, que se le acelera el corazón, que su pulso se dispara, cada vez que está en un lugar elevado o inestable. Un día estaba en la cubierta de un barquito con su hijo en una escena muy parecida a la de Leonardo Di Caprio y Kate Winslet en Titanic. A los pocos segundos le dijo a su hijo que prefería regresar a un lugar de la barca en el que se sintiera más segura. Le dijo: me tiembla todo y se me va a salir el corazón por la boca. Su hijo la miró con excitación y alegría y le respondió: ¡como a mí!
Él obviamente interpretaba las señales de su cuerpo, las mismas que las de su madre, como emoción. Ella como angustia. En la interpretación que le damos a un suceso o una situación, en la etiqueta, está el resultado de cómo percibimos la emoción: positiva o negativa.
Muchas de las sensaciones físicas que sientes cuando tu enamorado/a no está cerca (sobretodo al principio) o en relaciones tumultuosas (más a largo plazo), son exactamente las mismas que notarías cuando una aguja va a penetrar la carne, si tienes fobia a las inyecciones, por ejemplo.
Y pensamos que si no sentimos ese subidón, ese corazón a punto de salir del pecho, es que no es amor. El amor, salvo en los primeros meses donde entran en juego otras hormonas que nos proporcionan un efecto similar al de los estimulantes, nos da serenidad y tranquilidad. Así es químicamente. Pero si tenemos miedos, inseguridades, si creemos que la otra persona nos dejará, o si discutimos tanto que no sabemos si hoy ha sido el último día que veremos a la persona amada, nuestro cuerpo se activa como cuando percibimos un peligro. Porque sentimos la inestabilidad bajo nuestros pies, como en ese barco de Pema Chödrön.
Es fácil sentir adicción a ese tipo de relaciones, de las que os hablaré en otro artículo, porque generan esas sensaciones de montaña rusa. ¿Por qué hay personas “adictas” a ese tipo de sensaciones y otras rehuyen? Por el etiquetado de la emoción. Cuando dos personas se suben a una atracción de feria, muy probablemente experimentarán las mismas sensaciones pero para el que le guste serán placenteras, y para el que no, serán desagradables, esas mismas sensaciones.
El amor sereno es amor. ¿Has dejado de sentir mariposas en el estómago? Enhorabuena. Significa que tu relación es estable. Entendemos por mariposas esa sensación de tener el estómago del revés. Obviamente podemos sentir emoción al ver a la persona amada sin esas mariposas de los primeros días pero esa intensidad viene dada por la situación.
Si sentiste en el pasado ese amor loco, con frenesí, recuerda cómo era la relación. ¿Prohibida? ¿Con grandes obstáculos? ¿Eráis muy distintos? ¿Discutíais con mucha frecuencia? ¿Había grandes escenas de celos? ¿Era ambiguo respecto a sus sentimientos hacia ti?. Muy probablemente la respuesta sea SI a una o a varias de estas preguntas.
Por eso me reafirmo y te sugiero que te lo preguntes a ti mismo con sinceridad. ¿Fue amor o ansiedad?