Chico conoce a chica. Chica conoce a chico. Chica conoce a chica. Chico conoce a chico. Da igual cuál sea la fórmula pero el procedimiento es el mismo.
Chico conoce a chica. Se gustan. Lo lógico es ir poco a poco, conociéndose, desvelando algunos misterios y acercando distancias. Pero chico está deslumbrado y busca otro ritmo más rápido. Buenos días, princesa. Como en “la vida es bella”, de Beningni. ¿Cómo va tu día? ¿Cómo te ha ido esa reunión? ¿Tu madre se encuentra mejor? ¿Has hecho las paces con tu amiga?. Parece que le conoces desde siempre y se preocupa por ti y tus cosas como si fuera tu pareja.
Le pides ir más despacio. Y él se escuda en que se siente tan bien contigo y le gustas tanto, que por qué no. Lo vuestro es especial. Único.
¿Has llegado bien a casa? Me lo he pasado tan bien contigo esta noche. Que descanses. Me pasaría horas hablando contigo.
Tú eres reacia. Te han hecho daño otras veces y tu instinto de protección te dice que vayas despacio. Se lo dices de nuevo. Le expresas tus miedos. Él te besa, te abraza. Te hace sentir a salvo. Te dice que lo que tenéis es especial. Que se está enamorando de ti.
Y recuerdas todas esas películas de amor que has visto. Las de los flechazos, el amor a primera vista, el amor que lo puede todo y la magia. Así que te dices: son tus traumas del pasado. Has encontrado a una persona especial.
Así que dejas de llevar, esta vez de verdad. Fluyes. No te planteas ya más si el ritmo es adecuado porque estás viviendo el presente. Que te pide el cuerpo enviarle un mensaje, pues se lo envías. Que te apetece decirle lo que sientes, pues se lo dices. Y él hace lo mismo. Y todo es maravilloso.
Lleváis juntos apenas unas semanas o un par de meses pero habláis de proyectos futuros: viajes, el nombre de vuestros hijos, el lugar donde os gustaría vivir…
Y un día, de repente, deja de responder inmediatamente a aquellos mensajes que antes se apresuraba en contestar. Un par de horas después te dice que anda muy liado en el trabajo. Esa es la primera señal. No porque haya que responder inmediatamente a tu pareja, a tu amigo o a quien sea. Sino que rompe la pauta habitual y eso te escama. Pero piensas que son tus miedos aflorando y silencias la alarma.
Esa noche te responde escueto que ha tenido un mal día y que ya se va a dormir. Al día siguiente le das los buenos días y tarda en responder. Tenía el móvil en silencio, no lo he escuchado. Dice. Pero no se disculpa. No tiene por qué hacerlo, claro. Pero te escama. Aun así te dices que es que eres muy exigente, que son tonterías sin importancia.
El fin de semana, dice, quiere pasarlo con su familia y con sus amigos. Que en las últimas semanas los tiene abandonados. Te da la impresión de que te reprocha el haberlos abandonado por estar ese tiempo contigo. Pero no lo dice, queda implícito. Y como no lo dice, no deberías tomártelo a mal.
Le preguntas ese fin de semana que qué tal lo lleva, que si lo pasa bien. Pero no hay respuesta. Pasan horas. Esa noche no hay mensaje antes de dormir. Ni a la mañana siguiente. Al cabo de dos días, quizá domingo por la noche, lunes por la mañana, te escribe al fin.
Lo he estado pensando y estoy agobiado. Creo que vamos demasiado rápido.
Y ahí directamente o te bloquea o deja de responder a lo que sea que tú le hayas escrito o preguntado. Desaparece. Se esfuma.
Eso hace que tú, que siempre has sido una persona razonable y tranquila, enloquezcas. ¿Qué carajo ha pasado aquí? ¿Qué he hecho mal? ¿Por qué ahora? ¿Hay otra persona? Las preguntas sin respuesta te atormentan y no está ahí para contestar. Es como golpearse una y otra vez contra la pared. Solo hay incógnitas y dolor. Pero tu dolor no puede expresarse del modo habitual: tristeza, chocolate y charla con amigas. Porque lo que sientes es impotencia y rabia y te han arrebatado la oportunidad de expresarte con la persona que ha provocado esto.
Este es el síndrome Armisen. Sí, me he inventado el nombre, porque hoy día todo tiene su etiqueta diagnóstica (nótese la ironía). Este síndrome tan científico toma su nombre del actor y cómico Fred Armisen. El bueno de Fred explicó en una entrevista que este era su modus operandi. Se enamoraba de una mujer. Necesitaba vivirlo todo con ella, corría a gran velocidad saltándose etapas en la relación porque quería estar para siempre con ella. Pero al poco tiempo se cansaba. Se agobiaba. Pensaba en todo lo que se estaba perdiendo al estar con esa persona. Y rompía la relación. De cuajo. Abruptamente.
Así lo hizo con la actriz Elisabeth Moss, protagonista de El cuento de la criada, con quien incluso llegó a casarse. Se divorciaron pocos meses después, antes de cumplir el primer aniversario.
Todos necesitamos una explicación ante una ruptura. Aunque esta sea tan desgarradora como “me cansé”. Pero si te encuentras con un Armisen en tu camino y no te da la oportunidad de preguntar y conversar honestamente, piensa que no tiene por qué ser culpa tuya lo sucedido. Pero si hay algo en tu mano, si existe algún aprendizaje, es el de seguir tu propio ritmo. Que nadie te arrastre a ir a otra velocidad que no sea la tuya. Y con el paso del tiempo todos nos conocemos.
¿Te es familiar? ¿Te ha sucedido? ¿Le ha sucedido a alguna amiga o amigo tuyo? ¿Cómo te sentiste?
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