Optimismo, según la RAE, es la propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable. Toda una cultura -muy americana- surge a raíz de este concepto. Si quieres ser feliz, entre otras cosas, debes ser optimista. Algunos expertos están a favor de esta premisa, otros en contra. ¿Qué es lo correcto, entonces?
Pues ni una cosa ni la otra. ¡Cuánta concreción! Vale, me explico. El optimismo, sin más, es simplón. La ley de la atracción (véase el bestseller El secreto) y similares promueven la idea de que con visualizar algo, con desearlo, con generar pensamientos positivos al respecto, ya se puede materializar.
Una persona optimista puede pensar que “las cosas buenas” simplemente le sucederán. Y puede ser que incluso no ponga en marcha mecanismos o recursos para hacer frente a las situaciones. Un ejemplo: soy tan optimista que quizá estudie menos, me prepare menos, me deje llevar más…
El pensamiento positivo puede ser una herramienta útil si se usa con acierto. Giorgio Nardone critica este optimismo que recae en el pensamiento positivo, pero no el optimismo per sé.
Richard Wiseman habla de optimismo realista, y ésta misma es la filosofía de trabajo de Psicología del Bienestar: pensemos en positivo, creamos que lo mejor está por llegar, que una simple sonrisa puede mejorar nuestro día y el de quien la reciba…pero, y aquí viene la parte fundamental, haz, provoca, crea, transforma, pon en marcha todos tus recursos, tus capacidades, para que el cambio llegue, para que esas “cosas buenas” sucedan.
No, nos quedamos de brazos cruzados visualizando un Porsche carrera (si es que eso es lo que quieres en la vida) o unos hijos felices, o un buen trabajo, o una pareja maravillosa. Todo, absolutamente todo, vendrá de nuestro esfuerzo.
Entonces, te preguntarás, ¿qué tiene que ver el pensamiento positivo en todo esto? Pues que probablemente nadie nunca se haya puesto a trabajar, a esforzarse, pensado “igualmente no lo lograré”, “soy tan (inserte adjetivo destructivo de esos que a veces nos dedicamos) que nadie me querrá”, “mis hijos no tienen remedio”.
El optimista realista es capaz de abandonar la batalla cuando es evidente que la tiene perdida. Pero no se queda hecho un ovillo bajo la cama, castigándose por haber perdido, o por haberse rendido. Se levanta y busca su nueva batalla, porque es positivo, y sabe que la victoria simplemente cambió de lugar.
Algunas personas parecen nacer con esta capacidad de ver “el lado bueno de las cosas” y otras todo lo contrario. Pero incluso esa especie de capacidad innata puede transformarse, porque en el fondo de los fondos, la vida es actitud.
Y tú, ¿eres optimista?