“No es quien yo creía”. Esta frase resume lo que muchos hemos experimentado, referido a una amiga, a una pareja, a un familiar. “Ha cambiado”, “antes era de otro modo”, “no esperaba tal cosa de él”. Y aunque estas afirmaciones parecen ir en la línea de “él es el culpable”, lo cierto es que son nuestras expectativas las que nos han generado dolor. Yo creía, yo esperaba, yo pensaba….No tienen por qué ajustarse a la realidad.
Uso con frecuencia una frase que tomo prestada de una canción de R.E.M: everybody hurts, sometimes. Todos hacemos daño alguna vez. Todos. Sin pretenderlo, sin darnos cuenta, sin medir las consecuencias. Y eso no nos convierte en malas personas, o amigos poco leales, o compañeros tóxicos. Ni convierte a los demás en ello.
A veces no nos enamoramos de una persona sino de quien nosotros creemos que es, de la idea de amor, de las expectativas que esa persona nos genera, de cómo nos sentimos cuando estamos con él o ella, pero no de él o de ella en sí. Y esto se aplica a las relaciones de pareja, de amistad, a los lazos familiares, a los compañeros de trabajo.
Nos defraudamos, es un hecho. Dibujamos en nuestra mente cómo es alguien, cómo se comporta, qué cosas dice, qué cosas siente, y cuando esa persona actúa, siente o piensa fuera de nuestras expectativas, nos sentimos decepcionados.
Debemos valorar en ese momento, cuando el quien era queda destrozado por el quien es (como dice Steve Marabali), si queremos seguir teniendo a esa persona en nuestra vida. Libre alternativa. Podemos reajustar nuestras expectativas o pasar página, y es tan válida una opción como la otra. Es decir, ¿somos capaces de aceptar que esa persona no es como pensábamos? ¿somos capaces de construir una nueva relación con ese nuevo yo recién descubierto? Si es así, adelante, sino, no te engañes a ti mismo.
Cuando la persona por la que nos hemos sentido decepcionados se marcha de nuestras vidas, o la dejamos marchar, nos provoca un enorme dolor. Ese es un duelo que debemos elaborar. No porque lo merezca (o no) sino porque la construcción, la idea de ese amigo, de esa pareja, ha muerto, ya no existe. No puede volver a existir. Y no nos deja más remedio de llorar su muerte, su pérdida, aceptarlo, y dejar ir. Esa persona no tiene por qué saber que te encerraste en casa tres día escuchando música deprimente con las persianas cerradas, o que lloraste su pérdida tomándote algo con amigos recordando lo mejor y lo peor de vuestra relación. Porque no le lloras a él, o a ella, sino a lo que tú creíste que podía ser y no fue. No hay mayor respeto hacia uno mismo que ese, el permitirse caer, sufrir, para después recomponernos y comenzar a escribir un nuevo capítulo de nuestras vidas.