Adolescente tristeAlma es una chica de 17 de años, inteligente, aniñada y alegre. Su mirada encierra la sabiduría del que ha sobrevivido.

La conocí hace ahora un año. Tiene las preocupaciones de una chica de su edad y las vivencias que, en un mundo justo, no le hubiera tocado vivir.

Sufrió acoso escolar durante unos 6 años, en dos colegios distintos, hasta que encontró la paz, relativa, en su tercera escuela. Aunque el acoso cesó, el daño estaba hecho, y la tristeza, la desconfianza, la baja autoestima, la ansiedad… persistían.

Cuando la vi por primera vez ya había confesado a sus padres parte del tormento que vivió. Estaba preparada para terminar de abrirse y curar heridas.

En este tiempo ha hecho un trabajo impresionante de apertura. El acoso vivido en silencio trajo consigo otros daños, como los problemas de alimentación y las autolesiones.

Este es parte de su testimonio, que comparte con nosotros para animar a aquellos que están pasando por su misma situación a “no tardar tanto en contarlo”.

 

Ya no sé cuántas veces me he cortado. No puedo contarlas con los dedos. Sólo sé que empezó en quinto de primaria. Ya era prácticamente un recipiente que guardaba en su interior insultos no hablados, agresiones no contadas y llantos no expresados.

Hacía tiempo que había comenzado a creerme las palabras que me decían y ya me había acostumbrado un poco al dolor de los golpes. Era mi pan de cada día. Los profesores no hacían nada. Estaba sola. Siempre me encontraba sola.

Al poco tiempo no podía aguantar más todo el sufrimiento que guardaba en mi caja de Pandora. Y un día en el baño de mi casa cogí unas tijeras que había y me hice el primer corte. No muy profundo, pero suficiente para ver cómo la sangre aparecía. Lágrimas que pronto brotaron de mí. Hacía tanto que no lloraba…

El agua salada se mezclaba con la sangre y poco a poco se iba resbalando por mi piel. Recuerdo el alivio. De una manera estaba sacando el dolor de mi interior y transformándolo en físico me sentía un poco mejor. Ese día creo que la razón fue por insultar a mi madre.

Esto lo iba repitiendo cada cierto tiempo. Según cuanto podía aguantar el sufrimiento. La segunda creo que fue por llamarme estúpida y fea, y la tercera por decirme que nadie me quiere porque soy horrible, etc. Pero llegó un día que ya no había un solo motivo. Lo hacía porque llegué a la conclusión de que era más fácil aguantar el dolor físico.

Me descontrolé. Ya no era yo. Llevaba ya mucho tiempo sin ser yo. Cada vez lo hacía más y más seguido hasta que llegó un momento en el que prácticamente era todos los días. Ya era una rutina.

Jamás nadie se enteró. Nadie sabía que me había convertido en una muñeca que cada vez tenía más grietas.

 

Alma le contó a su madre el infierno que estaba sufriendo y juntas buscaron ayuda profesional.

*Si estás pasando por algo similar o conoces a alguien que lo esté sufriendo, pide ayuda. Incluso cuando no vemos la salida, está ahí.